Home 2019 enero 28 Malas actitudes

Malas actitudes

Malas actitudes

Michael Pearl

En uno de nuestros seminarios más recientes una madre se quejó con Debi, “Mis niños me están volviendo loca. Les digo que hagan su tarea y lo que hacen es perder el tiempo; les digo que limpien su cuarto y se la pasan discutiendo para ver quién va a limpiar qué; siempre se molestan unos a otros. Me frustra mucho el tener que tratar de hacerlos tener buenas actitudes, porque se la pasan quejando y lloriqueando por todo, los disciplino, pero tal parece que no sirve de nada. Parece que no les importa; se ofenden unos a otros constantemente; realmente me siento frustrada…” Debi interrumpió su triste historia para decir, “Sí, es un problema de actitudes.” A lo que la madre afligida dijo apresuradamente, “¡Eso es, tienen una mala actitud!” Debi respondió, “No, la que tiene una mala actitud eres tú.” La mujer abrió sus ojos aún más y se quedó boquiabierta del asombro, pero a la vez esperaba una explicación de lo que Debi había querido decir.

¿Eres tú un padre o madre frustrado(a)? o ¿ha decaído tu semblante? Si no estás disfrutando la crianza de tus hijos lo más seguro es que tengas una mala actitud. ¿Qué es lo que ven tus hijos cuando observan tu rostro? No los puedes engañar.  Ellos saben lo que sientes por ellos.  Tu cara es una gráfica de aprobación o de rechazo. La afirmación positiva verbal no es suficiente; de hecho, es lo peor cuando no existe un deleite genuino en tu corazón. Los niños se dan cuenta cuando un padre les dice que hagan algo y él no lo hace; si ellos ven desaliento y crítica ellos responderán en la misma forma. Padres descontentos engendran hijos descontentos.  Tu actitud es la raíz del árbol de actitudes familiar.  Una raíz de amargura no puede producir un fruto dulce.

Las actitudes de los padres son extremadamente contagiosas y por lo regular los hijos resultan peor que los padres; “los hijos hacen en exceso lo que los padres hicieron con moderación”; imitan más lo que ellos observan que lo que se les enseña.  Al parecer los niños son más susceptibles para aprender actitudes equivocadas que para aprender las buenas que se les inculcan. Pueden contagiarse de una mala actitud aún mientras están tranquilos.  En cambio, para tener una buena actitud necesitan esforzarse.

Tus hijos están jugando a “imitar al líder.” Están sordos a tus palabras, pero pueden “escuchar” tus actitudes clara y fuertemente. El ejemplo siempre ha sido más efectivo que la teoría. Cuando un padre transmite constantemente una mala actitud, una buena actitud representa sólo un concepto teórico para el niño. Por más que traten no pueden entender lo que es una buena actitud porque ha pasado mucho tiempo desde que vieron una. Si haces que tus hijos se pongan zapatos que les quedan apretados, no los culpes de que les duelan los pies.

La mala noticia es que tú eres responsable de la condición de tus hijos, y la buena es que no tienes por qué frustrarte al tratar de cambiarlos.  Sólo es cuestión de que cambies tú. Ya que sus actitudes son reflejos de las tuyas, sólo debes cambiar tu actitud y los reflejos cambiarán también.

Sé que lo único que haces es expresar tu descontento debido a su necedad.  Tu mirada de desaprobación la estás usando como una amenaza para que se avergüencen de lo que están haciendo. Se supone que deben anhelar desesperadamente tu aprobación como para buscar a toda costa el ganar tu sonrisa. Pero no está funcionando, ¿verdad? De hecho, tu actitud está obrando precisamente en contra de lo que deseas alcanzar.

Existe un principio natural que debes entender: Los niños que viven bajo condenación no pueden sentirse motivados a hacer cosas buenas. Ninguno de nosotros busca agradar a alguien que siempre nos está condenando. Has acostumbrado tu rostro a mostrar la mayor parte del tiempo desaprobación, desaliento y frustración. Tal vez puedas hostigarlos para que se sujeten a tu voluntad, pero si hacen lo que tú quieres no significa que realmente se esté produciendo un cambio interior respecto a las buenas actitudes. Los niños no pueden ser intimidados a desarrollar un carácter positivo. El rechazar y criticar su comportamiento no los va a inducir a rectificar lo que han hecho. Nadie ha sido jamás motivado a salir del pozo de la vergüenza para alcanzar el elogio y afecto de su acusador.

Tal es la ley de la naturaleza humana que la condenación y la vergüenza causan un alejamiento que sólo producirá más desobediencia. Pablo dijo, “Las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte” (Romanos 7 :5).  “Pues la ley produce ira…” (Romanos 4:15). Pero si te desilusionas con su fracaso al grado de adoptar una postura de condenación, ellos aceptarán de mal grado la culpa, pero NO TENDRÁN EL VALOR MORAL PARA CAMBIAR. La ley y la condenación juntas nunca producen justicia. Si siempre estás presto para mostrarles lo que es malo, pero no ejemplificas constantemente lo que es bueno, se acobardarán ante tus juicios, pero seguirán creciendo a la imagen de tu amargura.

Un espíritu de desagrado por parte de los padres puede, en forma figurada, mantener a un niño “muerto”. Por el contrario, un nuevo espíritu en el padre permitirá al niño servir con un espíritu gozoso y no con un espíritu esclavizado a la depresión legal.  Cuando nos referimos a nuestra relación con Dios llamamos a esto el “régimen nuevo del espíritu.” “Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.” (Rom. 7 :5-6)

Madre de familia, si cada vez que miraras a tu esposo vieras insatisfacción y desaliento, si se quejara de tener una esposa fatal, ¿sentirías ánimos para mejorar? ¡Por supuesto que no!  Al contrario, te alejarías más. Si tuvieras un espíritu de lucha, tal vez discutirías con él y pedirías una explicación más amplia de la razón de su rechazo, pero si tuvieras un espíritu quebrantado te alejarías secretamente y por lo tanto buscarías amistad y aprobación en algún otro lugar.    La única forma en la que tus hijos podrán desarrollar un carácter positivo es teniendo un ambiente rodeado de perdón y aceptación. El primer paso hacia la recuperación y la base en la que ésta continúa es la sonrisa del padre. En nuestro libro Instruyendo al Niño, tenemos un capítulo titulado Atando Lazos. Padre de familia, debes atar lazos de amistad a través de tus sonrisas, lazos de confianza a través de la demostración de ésta, lazos de respeto a través del respeto mutuo y lazos de amabilidad, gracia y perdón. No puedes forzar a tus hijos a tener una obediencia de corazón, pero los puedes guiar a través del ejemplo, de la sonrisa, del cuidado, de la paciencia y buscar que lo hagan con un corazón que refleje el carácter de Cristo.

Si “el gozo del Señor es nuestra fortaleza” seguramente el gozo de los padres es la fortaleza del hijo. Si la comunión con el Señor lleva a sus hijos a una vida en santidad, ¿cuál será el resultado de la comunión de los hijos con los padres?

El mejor entrenamiento se logra cuando hay una constante aprobación del padre. Existe tiempo para la disciplina, el regaño, la corrección y aún para el enojo controlado. Sin embargo, éstos deben ser señalamientos con los que te encuentres transitoriamente en el camino de la comunión por el que viajas con tus hijos. Si ellos ven tu aprobación y deleite se sentirán animados para continuar agradándote.

Padre de familia, relájate, ponte cómodo y disfruta el viaje. Si no puedes conseguir que tus hijos alcancen tus estándares altos, bájalos hasta que puedan alcanzarlos.  No estamos hablando de la ley de Dios, sino de pies enlodados, de sacar la basura, levantar la ropa sucia, hacer la tarea, etc. Pon la barra lo suficientemente baja para que con el esfuerzo que el niño está dispuesto a dar pueda terminar día tras día siendo un vencedor. Elévala de vez en cuando para que pueda mejorar, pero que siempre sea un vencedor. Si tú estableces un estándar que no vaya más allá de sus habilidades sino más allá de sus esfuerzos voluntarios provocarás que deje de tratar. Será como el niño que está en la escuela pública y que ya se ha atrasado dos años; le preocupa tanto ser lastimado de nuevo que aparenta indiferencia; sólo está perdiendo el tiempo hasta que sea lo suficientemente grande para dejar sus estudios.

Busca un lugar para confesar tus pecados y luego ve y sonríe a tus hijos.

Author: El Hogar Educador

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