¡Que el “Verdadero” Educador en el Hogar Levante la Mano!
En algún estado del centro de la República ha de vivir la familia perfecta de educadores en el hogar. Tienen quince hijos, cada uno de los cuales hace cuatro horas de quehacer todos los días, está varios grados escolares por arriba del nivel que le corresponde, piensa únicamente en otros, y nunca les levanta la voz a sus padres.
Su madre aún se puede poner su vestido de boda, es modesta pero viste a la moda, tierna pero firme, pasa dos horas en oración antes de preparar el desayuno para su familia, tiene su programa académico elaborado con dos años de anticipación, hornea su propio pan y confecciona su ropa y tiene invitados a cenar tres noches a la semana, aparte de la comida del domingo.
Su casa está impecable, sirve a su marido con un espíritu alegre, y tiene planes de terminar su doctorado en su tiempo libre.
¡Sí, cómo no!
Nadie es Perfecto
Ningún padre ni madre que educa en el hogar se tragaría ese cuento si se encuentra en sus cinco sentidos. Pero posiblemente has estado a punto de creerlo. ¿Estás convencida de que todas las familias que educan en el hogar son fabulosas, menos la tuya? ¿Crees la mentira de que otros están más organizados, mejor preparados, tienen hijos más inteligentes, son padres más sabios, y tienen un hijo que es campeón de concursos nacionales de conocimientos?
Si así piensas, permíteme disipar las ilusiones de una vez por todas. ¡No es así!
La verdad es que la mayoría de las mamás se sienten incompetentes. Temen estar defraudando a sus hijos en cuanto a su educación y ejemplo. Sienten que sus hogares están fuera de control, que sus hijos son unas bestias y que sus matrimonios han perdido su brío.
Se esfuerzan al máximo por comunicar lo contrario, y temen que alguien descubra que con dificultades logran conservar las cosas intactas. Incluso, les encantaría abandonar todo el asunto de la educación en el hogar, mandar a sus hijos a una escuela… la que fuera, y salir a tomar un café con sus amigas que no educan en el hogar.
Sonríes, pero tú has sentido lo mismo, ¿no es así? De pronto te encuentras en el baño derramando lágrimas a chorros y deseando poder despertar para descubrir que todo ha sido sólo una pesadilla. Te encantaría que tu marido te abrazara y te consolara, pero él está demasiado ocupado con su trabajo, la televisión o sus “cosas”. Quisieras contarle a tu mejor amiga, educadora en el hogar, lo que sientes, pero tienes miedo de lo que ella pudiera pensar. Después de todo, ella probablemente nunca se ha sentido así.
¿Sabes una cosa? La educación en el hogar ya es suficientemente difícil sin tener que vivir bajo la presión de aparentar que tienes todo bajo control. Lamentablemente, como grupo, los educadores en el hogar hemos estado haciendo precisamente eso. Incluso, propiciamos que otros sigan este juego de “tengo todo bajo control.”
Pero es tiempo de dejarlo.
Por Qué Seguimos el Juego
¿Qué es lo que nos conduce a seguir con este juego? La respuesta varía para cada jugador, pero en el fondo el asunto es éste: quizá otros no me quieran si descubren lo que realmente soy.
Tememos al rechazo. Tememos a las miradas de duda, desaprobación y a los comentarios hechos a nuestras espaldas. Tristemente, tenemos motivos para temer, porque aun cuando nosotros no tenemos todo bajo control, nos gusta hablar de otros que no lo tienen. De alguna manera, nos hace sentir mejor y es una manera de evitar que el dedo nos señale a nosotros.
Nos sale muy natural. Nos hemos estado escondiendo y siguiendo con el juego desde el principio. Adán y Eva, los primeros educadores en el hogar, son excelentes ejemplos. En su perfección impecable, no tenían nada qué esconder… para colmo, hasta desnudos andaban. Pero en cuanto fallaron, lo primero que intentaron hacer fue ocultar lo que realmente eran. Desde entonces, la gente ha estado haciendo lo mismo.
Observa también, cómo inmediatamente empezaron a señalar a otro: “Sí, pero mira la mujer que me diste… Oye, no me mires a mí. Mira aquella serpiente… es culpa de ella.” Supongo que esperaban que con hablar acerca de otros y hacer sus taparrabos de hojas, no tendrían que enfrentar la realidad respecto a quiénes eran ellos mismos —dos personas que habían fallado en grande.
¿Por qué trataron de ocultar las cosas? Yo creo que lo hicieron porque se imaginaban que si Dios descubriera quiénes eran en verdad, dejaría de quererlos. Ya desde aquellos tiempos, era el temor al rechazo.
Difícilmente podrían imaginar que Dios los quisiera tanto cuando eran imperfectos como cuando no lo eran. Además, era imposible que se escondieran de Dios, y tú tampoco puedes.
Dios lo Sabe Todo
Aunque no lo creas, Dios te ama, sea que tus hijos vayan un año adelante del grado que les corresponde, o dos años atrás. Él entiende cuando gritas y reniegas porque Él conoce tus debilidades… incluso, Él te creó con esas debilidades. Él entiende cuando tu casa es un desastre, cuando serviste cereal frío a tu familia para la comida, o cuando tu hijo usó la misma ropa interior por tres días.
Así que, si Dios te sigue amando cuando metes la pata, ¿por qué te había de importar lo que piensen otros?
El Peligro de Seguir el Juego
Hace algún tiempo, escuché a un hombre por la radio que contó acerca de una ocasión en la que él y su familia fueron a la playa para pasar un día divirtiéndose en el sol. En algún momento miró hacia el agua y vio a varios muchachos muy lejos de la playa, donde nadan los peces grandes. Mientras observaba, le pareció obvio que uno de los muchachos luchaba por mantener su cabeza fuera del agua, pero nadie gritaba pidiendo auxilio.
El hombre sintió pánico y entró en acción, nadando hasta donde estaba el muchacho en el momento en que se hundía. Al parecer, este hombre había tenido algo de experiencia como salvavidas, porque logró arrastrar al muchacho de nuevo hasta la playa, cayendo ambos agotados sobre la arena.
“¿Te encuentras bien?” le preguntó el hombre agotado al adolescente.
“Sí, me parece que sí.”
“¿Por qué no gritaste, pidiendo auxilio?” le preguntó, mirando fijamente a los ojos del muchacho.
Hubo un silencio y luego habló el muchacho: “No quería que los muchachos supieran que estaba en dificultades.”
Se sentía apenado. Temía que si los otros llegaran a ver lo que realmente era él, aun cuando se estuviera ahogando, lo rechazarían. Temía el rechazo más de lo que temía ahogarse. Sacudimos la cabeza, con incredulidad, pero nosotras frecuentemente hacemos lo mismo.
Nos sentimos abrumadas con la escuela, derrotadas por la actitud de nuestros hijos, y desilusionadas con nuestro matrimonio, pero, como ese muchacho, nos da demasiada pena que alguien se entere.
El Poder de Ser Auténticos
“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” Santiago 5:16.
Quizá no hayas meditado en esto antes, pero Santiago no sólo animaba a sus oyentes a orar unos por otros, sino a ser auténticos unos con otros. Sabía que la sanidad es resultado de la autenticidad… porque hay poder, esperanza y victoria en ser auténticos.
Cuando sientes que estás a punto de ahogarte en el mar de la educación en el hogar y se lo cuentas a alguien, ¿qué crees que sucede? ¡Correcto! La gente orará por ti. Y, ¿qué es lo que garantiza la Palabra de Dios? ¡Correcto de nuevo! Sanidad. Y no me refiero únicamente a sanidad física, porque los educadores en el hogar necesitan mucho más que eso. Necesitan que sean sanados sus horarios, que sean alteradas sus actitudes, y que Dios les dé la fortaleza sobrenatural para lidiar con lo cotidiano.
Todo esto procede de la oración unos por otros. Pero otros no pueden orar por ti si tratas de aparentar que lo tienes todo bajo control.
La Libertad de Ser Auténticos
¿Sabes lo que se siente ser Auténtico? Además de que se siente algo de pena, se siente simplemente agradable. Trae gran libertad el no tener que seguir el juego. No tienes que aparentar ser nadie más que tú mismo —con todo y tus verrugas. Quizá te espantes un poco la primera vez que compartas lo que es realmente la vida en tu hogar, pero una vez que lo hayas hecho, te preguntarás por qué nunca lo habías hecho antes.
Lo extraño de ser auténticos es que realmente nunca es fácil. Existe la tentación de sonreír y fingir ser otra cosa.
Eso se debe a que Satanás está detrás del “juego”. Él es engañador y padre de la mentira. En esencia, de eso se trata el juego: es un juego de mentir. Es un juego en el que la meta es engañar a los educadores en el hogar que te rodean, haciéndoles creer una mentira acerca de ti —que tú lo tienes todo bajo control.
Arrójate
Así que, éste es el reto: llama a una amiga, y cuéntale lo que ha sido tu día… realmente. Yo sé que no se hace fácilmente, pero hazlo de todas maneras. Dile que perdiste el control y les gritaste a los niños, que ayer ni siquiera tuviste escuela o que realmente nunca te ha gustado usar esa falda de mezclilla. Casi estaría dispuesto a apostar el rancho, que una vez que has compartido, tu amiga hará lo mismo. Eso es lo asombroso de la autenticidad: ser real genera lo mismo en otros. Otros educadores en el hogar están esperando que alguien como tú se abra primero.
Te garantizo que si tú das el primer paso para ser auténtica, no sólo verás sanidad en tu vida como instructora de tus hijos, sino que desatarás una fuerza tremenda entre tu círculo de educadores en el hogar. La libertad.
Así que… sé auténtico.
Reprinted from The IAHE Informer
October/November 2004
(317) 859-1202
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