Liberando a mis Hijos para Seguir sus Sueños
por Laurel Diacogiannis
Últimamente la casa ha estado muy silenciosa. Bueno, a decir verdad, no tan silenciosa, pero sí más que el año pasado. Este año mis dos hijos mayores salieron de la casa para explorar el mundo. Parece que apenas ayer nacieron.
Recuerdo tan claramente el día que nació Gregg. ¿Cómo es posible que ya hayan pasado 20 años desde entonces? Gregg pesó 4,500 gr. al entrar al mundo y todos nuestros amigos bromeaban diciendo que debían haberle comprado pesas en lugar de sonajas. Cassie llegó escasos 14 meses más tarde, pesando sólo 2,800 gr. Dos bebés…tan cercanos, pero tan diferentes.
Nuestras vidas se han llenado de gozo con verlos intentar cosas nuevas y explorar su mundo. Pero siempre hemos procurado conservarlos bajo nuestros ojos vigilantes y alas protectoras. Nunca olvidaré los primeros pasos tambaleantes de Gregg, entre Jim y yo, cuando apenas tenía nueve meses, pero ya pesaba más de 13 kilos. Yo me alegraba de que ya estuviera caminando, porque yo ya tenía cuatro meses de embarazo, pero estábamos allí a su lado preparados para protegerlo.
Hubo tantos momentos singulares. La primera vez que los encargamos con una niñera. La primera vez que montaron bicicleta. El primer día de kinder para Gregg (seis meses antes de que mi marido maestro decidiera que realmente debíamos enseñarles en casa). El primer juego de béisbol y el primer concurso de atletismo. Y el primer día de universidad.
Cada primera experiencia trae consigo crecimiento y madurez. Durante 20 años he trabajado duro y he orado fervientemente mientras he ayudado a guiar a estos dos preciosos hijos hacia la edad adulta. Pero, ¿estarán listos? ¿Les hemos enseñado todo lo que necesitan saber? ¿Estoy preparada para soltarlos para que salgan a los territorios que tienen por delante?
Mientras mis hijos crecían, yo los animaba a seguir sus sueños, e ir hacia donde el Señor los dirigiera. Yo no tenía idea hasta qué distancia los llevaría y que los dos se irían al mismo tiempo. Yo me preparé para soltarlos para ir a la universidad (idealmente no muy lejos de la casa). Me preparé para soltarlos para dedicarse a una carrera o casarse. Pero por algún motivo, no estoy preparada.
Cassie ha estado en un programa de discipulado desde hace dos meses, y se va a África dentro de un mes con Juventud con Una Misión. Mientras ha estado en el programa de discipulado nos hemos podido mantener en contacto mediante correo electrónico y llamadas telefónicas semanales nocturnas. Será difícil esperar pacientemente los correos esporádicos y pasar dos meses sin escuchar su voz. Ella está siguiendo sus sueños y la dirección del Señor.
Sin embargo, Gregg ha elegido una carrera para la que yo no estaba preparada. Gregg se acaba de enlistar en el ejército y sale para Iraq. Se ha ofrecido como voluntario para servir a su patria con lo que pudiera ser el sacrificio más grande que alguien tenga que dar. Hace pocas semanas me dijo: “Mamá, realmente no quieres que vaya a la guerra, ¿verdad?” Me tomó desprevenida y tropecé con mis propias palabras por varios segundos para poderle decir finalmente que no, no me emociona que se vaya a Iraq. Pero sí, me siento tan orgullosa de él por su arduo trabajo, por su éxito y por seguir sus sueños. Sí, él también está siguiendo sus sueños y la dirección del Señor. Él está listo, aun cuando yo no lo esté.
Cuando Jim y yo volamos a Georgia para la graduación de Gregg al terminar su capacitación básica, nos invadían sentimientos muy encontrados. Yo me sentía tan orgullosa de él, pero tuve que preguntarle: “¿Después de tan sólo 14 semanas, realmente están listos para ir a la guerra?” Su respuesta madura fue: “Nadie está listo nunca para ir a la guerra. Hemos sido entrenados y queremos ir a hacer lo que hemos sido entrenados para hacer.” Yo no tuve más preguntas.
Nosotros los hemos preparado. Ellos están listos. No podemos detenerlos. Debemos abrir nuestros brazos para dejarlos volar a donde Dios los quiera guiar. Seguiremos orando por ellos. Sabemos que, aunque hayan ido a donde nuestros ojos vigilantes no los pueden ver y más allá de lo que nuestras alas protectoras los pueden proteger, jamás irán más allá del alcance de la mirada vigilante de Dios o las alas protectoras de Dios.
No tengo tiempo para preocuparme. Estoy demasiado ocupada entrenando a los ocho hijos siguientes para que sigan sus sueños y permitan que Dios los guíe. Será emocionante observar la dirección en la que Dios decida guiar a cada uno de ellos. Pero por lejos que llegaran a viajar, siempre sabrán que su madre siempre estará en casa, orando y esperando con los brazos abiertos cuando el Señor los vuelva a traer hacia mí.
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