La socialización
Por Becky W.
Una dependencia del Señor y de su Palabra puede iluminar este tema tan frecuentemente mal entendido.
En cuanto se toca el tema de la educación en el hogar, invariablemente alguien pregunta: “¿qué de la socialización?” La mejor respuesta es mostrar cómo quiso Dios que los niños aprendieran la madurez y la conducta social.
La primera observación obvia es que Dios no trae a los niños al mundo en camadas de veinticinco a treinta, con un supervisor asalariado. Más bien, los agrega a familias, generalmente uno por uno, con varios hermanos, e idealmente con acceso a más de una generación. Este plan sencillo motiva al niño a desarrollarse hasta ocupar su lugar en la familia, poniendo ante sus ojos ejemplos de mayor madurez. Por otra parte, un ambiente compuesto por compañeros de la misma edad generalmente motiva al niño a conformarse a la norma de inmadurez del grupo. Esto frecuentemente produce jóvenes que prefieren equivocarse que ser diferentes y que, aún en la edad adulta, no pueden fácilmente pensar en forma independiente de sus compañeros.
Aún más, la Escritura no nos ordena que juntemos a nuestros hijos con otros niños, pero sí contiene muchas advertencias y ejemplos de malas compañías. El primer capítulo de Proverbios es la advertencia de un padre a un hijo en el sentido de que evite las malas compañías.
Proverbios 22:15 enseña que la necedad está ligada en el corazón del muchacho, mientras que Proverbios 13:20 declara que el que se junta con necios será quebrantado. De tal manera que parecería que los niños no son los mejores compañeros para otros niños.
En el relato bíblico acerca de Roboam, el hijo de Salomón, tenemos un ejemplo de un joven dependiente de sus compañeros, que “dejó el consejo que los ancianos le habían dado, y pidió consejo de los jóvenes que se habían criado con él, y estaban delante de él.” (I Reyes 12:8) Desatendió la sabiduría de su padre, el bien del pueblo y la causa del Señor. Como resultado, su reino fue dividido, se estableció la idolatría, e Israel inició un largo descenso que condujo a amargas consecuencias. ¡Qué solemne advertencia!
Si la norma bíblica es que nuestros hijos no sean socializados por otros niños de su misma edad, ¿cómo entonces han de aprender a relacionarse con otras personas? Y ¿qué provisión ha hecho Dios para que gocen de intimidad y comunión?
El niño necesita relacionarse, antes que con ningún otro, principalmente con sus padres. Dios ha querido que los niños aprendan sus primeras lecciones con aquellos que más les aman. Los padres deben inculcar una vida piadosa mediante su ejemplo, mediante la enseñanza formal y mediante la conversación informal (Deuteronomio 6). Ninguna cantidad de relaciones fuera del hogar pueden sustituir esta relación vital.
Si tu círculo familiar incluye hermanos, hermanas o abuelos, tienes un campo de entrenamiento ideal para enseñar buen carácter. A medida que apliques principios bíblicos en el hogar para resolver fricciones familiares, tus hijos aprenderán muchas lecciones que les permitan tener buenas relaciones con otros en la vida.
Una vez que se han reducido los compañeros que no convienen, y se ha establecido el hogar como la base, podemos empezar a desarrollar relaciones sociales apropiadas. El rumbo natural sería el de la hospitalidad familiar. Esfuérzate por hacer que tu hogar sea un lugar donde jóvenes y ancianos se sientan bienvenidos.
La iglesia local también ofrece muchas oportunidades para el compañerismo. Pero aún allí se requiere de cautela al dirigir la elección de amigos que haga el niño. Procura estrechar la relación con aquellos a quienes desearías que tu hijo imitara. No olvides desarrollar un “círculo familiar más amplio,” especialmente si el tuyo es pequeño.
Dentro de la comunidad cristiana más amplia, se presentan oportunidades para la socialización en eventos de educadores en el hogar, como días de campo, excursiones y convivios.
Mientras estás buscando amistades que valgan la pena, no olvides también proveer algunos héroes. Habla bien de los ancianos de la iglesia, los misioneros, y las personas piadosas a quienes conocen. Comenten acerca de las cualidades que hacen que sean personas dignas de ser admiradas. Provee biografías de grandes hombres y mujeres de Dios. La meta es motivar a los hijos a alcanzar su máximo potencial en el Señor.
Una última palabra de advertencia: Si toleras que tus hijos escuchen mala música o tengan libre acceso a la televisión, estás permitiendo que sean socializados por los peores elementos que existen en la sociedad. No tengas temor de establecer normas elevadas. Sólo cuida de sustituir todo lo que elimines con algo mejor.
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