El Papel del Padre
Elisabeth Elliot
El recreo de mi padre casi siempre incluía a sus hijos. Podíamos contar con su presencia en la casa los sábados y casi siempre con que haría algo especial con nosotros por las tardes. Sabía cómo jugar con los niños pequeños. Nos dejaba montar sus pies de talla 12, agarrados de sus chamorros. A veces nos dejaba montarlo mientras gateaba alrededor del comedor.
Podía hacer juegos de mano–tragar una navaja, encontrar monedas de un centavo en nuestras orejas y hacer trucos con pañuelos. Podía producir un ritmo animado con los dedos de una mano sobre los nudillos de la otra.
Lorraine Winston, una misionera en Francia, escribió a Mamá después de que murió mi papá:
Los niños platican mucho de Tío Phil. Johnny, que tenía casi cuatro años al verlo la última vez, todavía habla de sus trucos y me dijo un día que, según él, no le molestaría morir e irse con Jesús porque Tío Phil ya está ahí. Parece haber hecho del cielo un lugar familiar para él. De toda la gente que viene y pasa por esta casa, Tío Phil ha dejado los recuerdos más gratos en el corazón de los niños, y esto dice mucho. Estoy segura que era ese tipo de atracción la que los niños sentían por el Señor. Y Tío Phil tenía una gran medida de ese aspecto de la hermosura del Señor.
Cabeza de la Familia
Otra cosa que caracterizaba nuestro hogar era el orden espiritual. La Biblia dice que el esposo es cabeza de la esposa. La sumisión ha sido sumamente malentendida en el pasado y lo es todavía, pienso yo. Quizás uno de los motivos por el movimiento feminista es el rechazo de responsabilidad por parte de los hombres o la falta de entendimiento por parte de los hombres de lo que realmente significan la sumisión y la autoridad. La autoridad de un hombre sobre su esposa se caracteriza, no por la tiranía, la crueldad o el carácter mandón sino por el amor de sacrificio (que significa negarse a sí mismo, entregarse totalmente) el amor del Calvario, la clase de amor que llevó a Jesús a la cruz.
En Efesios 5:1-2 leemos, “Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante a Dios” (NVI). Este es solamente un versículo de muchos en la Biblia que nos dicen que el amor según los términos de Dios es de sacrificio. Jesucristo se entregó por ti y por mí.
En una medida muy grande, creo que mi padre y mi madre entendían de qué se trataba el amor de sacrificio. Pienso que no platicaban mucho de ello. Jamás recuerdo haber oído esa expresión, y sin embargo la veíamos representada día a día.
Nuestro buen amigo Frank Murray tenía casi 80 años cuando su esposa de muchos años murió. Apenas tenía un año de casado con su segunda esposa cuando una mañana se sentó a nuestra mesa para desayunar. Yo estaba en el proceso de escribir La Formación de una Familia, y por lo tanto pensé, Aquí está mi oportunidad de oír de un gran hombre piadoso de qué se tratan la autoridad y la sumisión.
Miró un rato al océano, como si no hubiera entrado a su cabeza la pregunta. Y por fin, con su sonrisa típicamente tardada, dijo, “Creo que no he pensado mucho en ella.”
“¿No has pensado mucho en ella?” dije. Me sorprendió mucho.
“No,” contestó, “no he tenido la necesidad. La Palabra es muy clara, ¿no? No es tema de discusión.”
“Pero la gente siempre quiere discutirlo conmigo. ¿Qué les puedo decir?”
Volvió a pensar, y entonces me dijo, “Protección. La autoridad y sumisión significan protección.” Luego recordó de un acontecimiento de cuando estaba recién casado la primera vez. Se presentó una decisión difícil. Al luchar con ella, su esposa, Lois, dijo, “Tienes que tomar la decisión correcta.” Frank sabía que Lois se sometería a su decisión, cualquiera que fuera. Por lo tanto, tomar la decisión correcta era un asunto serio, mucho más difícil que un simple arbitraje, pues siendo él su cabeza designada por Dios, Frank sabía que la tenía que proteger de una decisión equivocada. Quizás implicaría un sacrificio de parte de él renunciar a su propia preferencia porque no sería lo mejor para ella.
“Jamás se me ha olvidado esto,” dijo.
Se oyó exactamente como si hubiera sido la respuesta de mi padre, fuera en relación con mi madre o en cualquier otro lugar donde él ocupaba un lugar de responsabilidad. “Tengo que tomar la decisión correcta.”
Como cabeza de nuestra familia, mi padre tenía un fuerte sentido de responsabilidad hacia nosotros. A veces parecía una carga insoportable, y sufría bajo su peso. Había lecciones de confiar en Dios, de echar toda ansiedad sobre El, de recibir la fuerza totalmente suficiente que Dios promete, cosa que le llevó años para aprender, aunque sabía de memoria los pasajes Bíblicos pertinentes. A menudo le oí repetir las palabras que le fueron dadas como alumno de la universidad mientras luchaba con la decisión más trascendental de su vida: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.”
Mi padre conocía su propia debilidad. Iba a necesitar una gran medida de
esa fuerza divina para ser obediente al mandamiento especial a los padres,
“Criadlos [a sus hijos] en disciplina y amonestación del Señor.” “Criadlos”
significa mucho más que simplemente dejarles crecer. Criar a los hijos es una tarea. Es un hecho positivo. La llave y el clavo mencionados en Isaías 22:22-24 hablan de la seguridad y la protección. El padre es como un clavo de quien se cuelga todo el peso de la familia. El clavo habla de firmeza, fuerza, estabilidad y algo que usualmente no es del gusto del hombre quedarse en su lugar.
Sacerdote en el Hogar
El padre también es el sacerdote del hogar. Esto significa presentarse ante Dios en representación de otros, hacer sacrificios por ellos. En un sentido espiritual profundo, el padre ocupa el lugar de Dios en el hogar. Es su representante, la señal visible de su presencia, amor y cuidado.
Un niño pequeño tenía miedo de la oscuridad, y cuando su padre vino a consolarlo, le dijo, “Dios está contigo.” El niño contestó, ¡Pero yo quiero a alguien con piel!” Quería que su padre estuviera allí en la oscuridad, sentir su peso, sentado en la cama, su mano sobre la del niño, su voz audible. Los brazos de su propio padre son todo lo que él conoce por lo pronto de los brazos eternos.
Mientras crece un niño, está consciente nada más que de la presencia física de su padre. Observa todo lo que hace el padre y procura lo mejor que puede, imitarlo exactamente. Se para por el espejo y lo observa afeitarse. Se pone los zapatos de Papi. Echa un brinco para colocar sus pequeños pies en las huellas de Papi dejadas en la arena, carga su portafolio, prueba su martillo o su computadora, quiere sentarse en su regazo y manejar el carro.
Con razón Pablo escribió, “Sé ejemplo en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Tim. 4:12, 15-16). Aunque Pablo escribió estas palabras a un joven pastor, creo que se aplican perfectamente a un padre también.
Honesto en Extremo
El establecimiento de la confianza de un niño en Dios empieza con su confianza en la palabra de sus padres. La única manera de que los padres establezcan la confianza de un niño es por ser absolutamente veraces. Mi padre consideraba la falsedad en cualquier forma como una de las armas carnales que los cristianos jamás deben usar. Hizo una lista de algunas formas de falsedad comúnmente aceptadas:
• publicidad exagerada.
• exageraciones para crear una impresión.
• no revelar ciertos aspectos importantes de la verdad en los negocios para que un comprador no pierda interés.
• supuestas mentiras piadosas, dichas con la idea falsa de que algo bueno salga de ello.
• decir cosas divergentes acerca del mismo asunto a varias personas con el fin de evitar problemas o ganar ventaja.
• pequeñas deshonestidades, tan comunes en los negocios y justificadas porque “todo mundo lo hace” — como si mediante la multiplicación de la maldad se justificara.
Nuestro padre era veraz y serio casi en extremo. Según lo que Mamá observó en cuanto a su negativa a jugar con nosotros el juego de Santa Claus, el fuerte sentido de honestidad que Papá tenía se pudo haber extraído de un libro escrito por Henry Clay Trumball, su abuelo. Irónicamente quizás, la familia Trumball se caracterizaba por la exageración absurda y adornada. Recuerdo cuando por accidente se le rompió una taza a mi abuelo, que la explicación por parte de mi abuela fue, “El simplemente la tiró en el piso.” Pues, todos sabíamos que ella exageraba. Cuando ella, una viejecita pequeña y frágil, se cayó contra un librero grande, nos aseguró que lo movió 30 centímetros por lo menos.
Nuestro Dios es un Dios de verdad. Satanás es el padre de mentiras. ¡Con qué frecuencia vemos a los padres no solamente evadir la verdad sino mentir descaradamente a sus hijos! ¿Qué podría ser más dañino al carácter moral de un hijo? La veracidad es el fundamento de la fe. Mi padre y mi madre pusieron un fundamento firme para nosotros en la confiabilidad de su palabra. Era su palabra. Era confiable. Si ellos lo decían, sabíamos que era la verdad.
¡Qué Dios nos ayude a entrenar a nuestros hijos en principios piadosos!
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